viernes, 28 de agosto de 2009

La teoría del libre mercado

Cuando se generó un éxito de convocatoria de las proporciones alcanzadas por el grupo Callejeros, antes del drama que potenció aún más su fama, se excedió el límite de lo musical. Desde entonces no estuvimos en presencia de un simple conjunto de rock sino de una empresa. Me parece importante analizar a Callejeros como una empresa comercial que brinda un servicio musical por el que factura dividendos que muchas pymes soñarían recaudar. Por este motivo toda la estructura que rodea a esta empresa se mueve con los códigos del show business, con objetivos de marketing y una asesoría letrada calificada como para defender su negocio con suprema habilidad. No me toca a mí juzgarlos por la tragedia de Cromañon porque es una tarea para la cual hay que sumergirse en un océano de pruebas, testimonios y coartadas que corresponde estudiar a juristas especializados. Se puede estar o no de acuerdo con el veredicto del Tribunal que los eximió de culpa, pero es inútil tratar de emitir un veredicto propio sin tener acceso a las miles de fojas de la causa. Porque el sentido común no basta para explicar tanta desidia, tanta negligencia por parte de los diferentes actores.

Lo que puedo percibir es que Callejeros es un gran negocio musical cuyos componentes, como en la mayoría de las empresas, priorizan la rentabilidad a cualquier precio. La prueba más contundente es que, habiendo sido exculpados por el Tribunal, van por más en la búsqueda de jugosas indemnizaciones. La meta fundamental de toda empresa es aumentar sus ganancias y la música, en este caso, es sólo la materia prima alrededor de la cual una rueda de socios obtiene sus beneficios. Pero por eso, puntualmente, no se los puede culpar. Es lo que han asimilado del sistema imperante. Un lucro voraz sin escrúpulos en una sociedad que idolatra el dinero. Eso se aprende hasta en la calle. Proyectos comerciales de todo tipo rayanos en la ilegalidad pululan en nuestras ciudades amparados por un estilo mafioso que baja como mandato desde la política, los gobiernos, los sindicatos, las prepagas de salud, los multimedios, y una variopinta fauna de malevaje social. Hoy día la mayoría de las exitosas bandas de rock son empresas y en algunos casos los músicos son socios mayoritarios, en otras, empleados asalariados y en otras tienen otros oficios para su sostén ya que lo que los “dueños de la banda” les pagan no les alcanzaría para vivir. Se suben al escenario sólo por el irresistible placer que les brinda la fama.

El eslabón podrido que quiebra la cadena lógica está en quienes deben poner límites a empresas de cualquier índole que no reparan en daños a terceros para solventar su negocio. Si el Estado no pone coto a las empresas que destruyen el medio natural, las mineras que envenenan las napas, las sojeras que pampeanizan los bosques, las fumigadoras que enferman pobladores, los laboratorios que imponen a través de amenazas placebos y vacunas dudosas, por citar algunas, ¿por qué habría de controlar a una empresa de entretenimientos festejada por sus seguidores? Es la teoría del libre mercado aplicada por la libre mafia. Esto otorga luz verde a los músicos-empresarios para arrear como ganado a su tropa y hacinarla donde le resulte más provechoso. El modelo está dictado desde Los Redonditos de Ricota, eso se percibe hasta en la música de Callejeros que, al momento de la tragedia, era una mala imitación de los Redondos. Sin embargo Redonditos hubo uno solo. Su idea de prescindir de los mecanismos habituales y elaborar un negocio independiente, autónomo y autogestionado fue un experimento conducido inteligentemente por personas que conocían desde la génesis el movimiento de rock argentino y a pesar de haber tenido tropiezos con la represión, como en el recordado caso de Walter Bulacio, supieron llevar con habilidad su monstruosa convocatoria. Posiblemente una de las razones de su separación haya sido encontrar ese límite que las empresas irresponsables no olfatean. Cuando el marco de seguridad, de previsión, de sensatez, se ve superado por las ansias empresariales de facturar, surgen los fenómenos como guarderías infantiles en baños públicos, vándalos subiendo al escenario a robar equipos entre la humareda y las llamaradas, complicidad y ausencia de la policía y las autoridades municipales. En fin: caldo de cultivo para el drama que marcha, como de costumbre, detrás de los acontecimientos. Cuando el desastre ya ocurrió surgen las reclamaciones, la búsqueda de culpables y ese lugar común: “deslindar responsabilidades”. Pero para entonces el daño está causado, las muertes destrozaron familias y voltear un intendente no basta. Tampoco dejar sin trabajo a miles de músicos y actores cerrando salas porque no reúnen sorpresivos requisitos que jamás anteriormente habían parecido necesarios.

En todo este panorama lo que va en el vagón de cola es el hecho cultural o artístico. Presenciamos transacciones cuyo manejo de numerosa clientela ha quedado fuera del control de las autoridades regulatorias . ¿Concierto? ¿Recital? ¿Festival?

Son todas etiquetas que se sirven de formas de aceptación popular generalizada para facturar en alta escala soslayando los riesgos colaterales. Las huestes que acuden a los Tribunales a apoyar al grupo en su defensa no son otra cosa que consumidores cautivos de un producto hábilmente promocionado y comercializado. Son las leyes del mercado. No hay fuego sagrado, no hay mística alguna. Sólo estamos frente a un grupo de eficientes profesionales cuyo objetivo es incrementar el flujo de público, no importa dónde, ni cómo, ni gracias a qué desgraciado disparador de fama, para continuar ganando dinero. Es la libre empresa aplicada salvajemente, con un cuenta ganado en una mano y una botella de ginebra en la otra. Se culpa a la droga pero testigos presenciales de la tragedia me relataron que, aquel nefasto día, ya desde los trenes que descargaban multitudes en Plaza Miserere se podía apreciar la alcoholización general. El abierto consumo de bebidas alcohólicas exacerbado por el intenso calor y la sed fue causal directo del empleo de bengalas bajo la media sombra, una actitud demencial y autodestructiva que ningún ser humano en sus plenas facultades podría permitirse. La venta de ese tipo de bebidas es parte fundamental del negocio y cada detalle nos regresa al mismo punto. Nuestra sociedad está deificando la capacidad de ganar dinero. Cada riff de la guitarra, cada nota emitida por el cantor, cada grito de la multitud tiene su precio.

Aunque no se vea, cada canción, cada ritual masivo de rock nace con su propio código de barras en el orillo y detrás hay un contador registrando el impuesto que su público debe pagar por pertenecer a la tribu. Aunque ese impuesto a veces sea la vida misma.

Por Miguel Cantilo, publicado en Crítica Digital.

jueves, 13 de agosto de 2009

Somos nosotros los que definiremos el futuro.

Con esta expresión tan sencilla, Chris Martenson cierra su Crash Course sobre la crisis económico-energética del sistema capitalista, el curso audiovisual de veinte lecciones (5 horas en total), resulta de una importancia fundamental para la comprensión crítica del momento histórico que nos toca vivir, y es, además, una oportunidad de repensar y discutir sobre cuál es ese "otro mundo posible" que deseamos construir.

Los dejo con el Crash Course.

domingo, 2 de agosto de 2009

La cara oculta de Facebook

¿Sabes qué sucede realmente con tus datos en facebook? ¿Eres consciente de que Facebook adquiere el derecho a hacer lo que quiera con las fotos y vídeos que subes?



Campañas publicitarias europeas para la protección del menor.