martes, 20 de mayo de 2008

Impresiones de África. Calles.

No es fácil caminar por las calles de Addis Abeba. No es fácil caminar por un lugar donde hubo, no hace mucho, tantos miles de muertos. En 1974, un grupo de oficiales comunistas destronó y aprisionó al rey de reyes, Haile Selassie, que llevaba 60 años de gobierno y decía que era descendiente directo del rey Salomón y la reina de Saba: el número 225, para ser precisos. El gobierno del Derg –comité, en amárico– duró 16 años, en los que consiguió que la proporción de analfabetos bajara del 90 al 35% e impuso el “terror rojo”: una rara imitación contemporánea de la Revolución Francesa. El Derg mató a príncipes y duques, campesinos y comerciantes, estudiantes y militantes comunistas en una cantidad que nadie sabe precisar: varios cientos de miles. He leído, en estos días, historias horribles de secuestros y torturas, ejecuciones públicas y oficiales que pedían a los deudos veinte dólares por el cuerpo de sus muertos o dos por el precio de las balas que les costó matarlos; historias de padres que siguen conviviendo con los verdugos de sus hijos; historias sin la sombra de una moraleja. Y me cuesta caminar por estas calles sin pensar en esos crímenes hasta que me pregunto –en mi momento estúpido del día– si no le pasará lo mismo a un italiano, a un brasileño –a ciertos italianos, brasileños, polacos, norteamericanos– que se pasean por Buenos Aires. Para el viajero, muchas veces un país es lo que ha leído de él en libros o en revistas; el viajero no tiene –como sí los locales– esa insistente experiencia cotidiana, la vida que sigue con pavadas, los pequeños momentos que, día tras día, lo alejan del recuerdo. El viajero, a veces, ve cosas que ya no son, pero que siguen siendo.

Y, aún sin fantasmas, no es fácil caminar por las calles de Addis Abeba. Evito la mirada de un muchacho sin piernas para chocar con una vieja mendiga que se rasca, ampulosa, las axilas; me deshago de un hombre que quiere venderme vaya a saber qué para caer frente a una madre que me muestra un bebé flaco y lloriquea. Casi tropiezo con tres adolescentes mugrientos muy descalzos que se pegan con multitud de gritos; en el suelo, un bebé de dos o tres años juega con la teta de su madre dormida, esponjita arruinada. En estas calles no hay forma de sustraerse a la pobreza extrema. El mundo, me parece, se puede dividir en países donde los ricos pueden vivir sin ver un pobre y países donde no, los más brutales. Aquí todos me piden algo y yo camino –y me detesto– en mi postura occidental conchuda: la mirada al frente, alta, inalcanzable, perdida en un infinito imaginario, del perfecto blanco hijo de puta.
Así es la vida que tienen, la que tienen, la única que tienen. Yo me paso la vida tratando de hacerla interesante, de que valga la pena, de que no se me escurra agüita tonta entre los dedos, y ellos –ellos son tantos, dos tercios, tres cuartos de las personas que viven en el mundo– se la pasan tratando de comer: de alimentarse hoy y despertarse al día siguiente. Ésa es la verdadera división en clases, la más terrible división en clases: los que nos preocupamos por qué vamos a hacer mañana, los que se preocupan por cómo van a comer mañana. Y eso es lo cruel del África: que te lo muestra demasiado. África es obscena, en el sentido más estricto. O pornográfica, si aceptamos que algunos se calientan con estas cuestiones. Si no hubiera triunfado la estúpida corrección política, americanos y europeos y otros varios podrían organizarse tours a Etiopía, a Liberia, a Zambia, a Mozambique, para gozar con esa diferencia, con la constatación palpable y bruta de esa diferencia: corona de sus éxitos. Aunque ya lo hacen, a menudo, vergonzantes, cuando ponen cien dólares o unos euros para los chicos africanos, el hambre en el planeta, el sida en blanco y negro.

Lo cruel, tremendamente cruel, del África es que te dice fuerte lo que sabés bajito: que el mundo es una mierda. Y que aceptarlo no nos cuesta casi nada.

Martín Caparrós, desde Etiopía. 18.05.2008.
Más lecturas:

sábado, 17 de mayo de 2008

Un "granero del mundo" puesto a alimentar máquinas.

Nuestro país, y muchos otros dedicados a la producción y exportación de materias primas, atraviesan hoy una fuerte disyuntiva que se presenta en términos económicos de ganancia y de beneficios pero que oculta sus implicancias éticas.
Evo Morales lo señaló sencillamente frente a la ONU al preguntar: “¿Qué importancia tiene la vida y qué importancia tienen los autos? La vida debería estar primero y luego los vehículos, pero para ellos (los países productores de etanol) están primero los autos y luego la vida”.

Profundizemos el tema, a partir de estas lecturas:


Crisis con el campo.

El mes pasado, el periódico Barcelona presentó esta portada ilustrando la situación en la que se encuentra el conflicto "con el campo".
En los últimos encuentros, hemos estado investigando sobre cómo se ha realizado en nuestro país la acumulación originaria de capital -en este caso la apropiación y el reparto de tierras- y cómo desde la consolidación de este proceso la Argentina se integra a la economía mundo capitalista.
En la imagen, el pasado -con Mitre y Roca asomados a la ventanilla- se cruza con una moderna 4x4 buscando significar humorísticamente una realidad social y política concreta.
Veamos cuál es la connotación de lo que se presenta.
A partir de estos links investiguemos quiénes son estos personajes:

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